Aunque se la considere un trastorno neurocognitivo donde las fallas de la memoria reciente y de otras funciones intelectuales superiores son habituales, las personas diagnosticadas con enfermedad de Alzheimer también desarrollan síntomas neuropsiquiátricos en algún momento de su enfermedad. Dentro de estos síntomas, la depresión, la apatía y la agitación son los observados con mayor frecuencia; y a medida que avanza la enfermedad, los delirios, las alucinaciones y la agresión se vuelven más comunes.
Más allá de la estructuralidad de cada individuo existen factores de riesgo modificables, es decir, escenarios que podemos cambiar para disminuir el riesgo de padecerla. Algunos ejemplos de estos son la baja educación, la hipertensión arterial, la discapacidad auditiva, el tabaquismo, la obesidad, la depresión, la inactividad física, la diabetes, y bajo contacto social. Estos y otros factores de riesgo modificables representan alrededor del 40% de las demencias en todo el mundo y, en consecuencia, estrategias para contrarrestarlos inciden de manera activa y eficaz en la prevención de esta enfermedad.
Si bien al día de hoy no existe una cura, sí contamos con tratamientos farmacológicos y medidas no farmacológicas que retrasan la progresión de la enfermedad.